La Final de 1990: Un Título y un Conflicto
El 20 de agosto de 1990 es una fecha que queda grabada en la memoria del básquet argentino. Fue el día en que el estadio Luna Park de Buenos Aires se convirtió en testigo de un hito histórico: Yugoslavia se consagraba campeón del mundo al vencer a la Unión Soviética por 92-75 en la final. Pero lo que muchos no sabían es que detrás de ese festejo se escondía la semilla de un conflicto que terminaría por fracturar la amistad entre dos de sus figuras más emblemáticas: Dražen Petrović y Vlade Divac. La tensión étnica en los Balcanes ya se sentía en el aire y esa tarde, un episodio confuso en la cancha encendió la chispa de una enemistad que perduraría por años.
La Bandera que Dividió
El momento decisivo se produjo cuando un hincha hizo su aparición en el campo de juego con una bandera que reivindicaba la identidad croata, justo en el instante en que los jugadores yugoslavos celebraban su victoria. Divac, oriundo de Serbia, se aproximó y, no sin polémica, le arrebata la bandera al aficionado, lanzándola al suelo con palabras que resonaron en el corazón de todos: “Acá ganó Yugoslavia, no ganó tu país”. Este gesto, que quizás pasó desapercibido en medio de las celebraciones, no sólo fue un disparador de la disputa personal entre ambos basquetbolistas, sino que también simbolizó el comienzo de una ruptura más amplia en una nación que pronto se fracturaría en múltiples conflictos armados.
Amistad Rota en Tiempos de Cambio
La historia de Once Brothers, un documental que narra la relación entre Petrović y Divac, pone de relieve que, hasta entonces, ambos compartían no solo un equipo, sino también una amistad forjada en la adversidad. Sin embargo, la política y el nacionalismo se interpusieron en su camino. Al regreso a su país, la prensa no tardó en dividirlos en bandos: mientras los medios croatas vituperaban a Divac por su acto, los serbios lo consideraban un héroe. Con el estallido de la guerra en los Balcanes al poco tiempo, la amistad que había unido a dos grandes del básquet se extinguió en la distancia. Cuando Petrović se convirtió en figura en la NBA, nunca más atendió las llamadas de su antiguo compañero, dejando atrás una historia marcada por el baloncesto, pero arrastrada por una tragedia humana que resonaría por años.