La presentación del gobierno argentino en el caso de la expropiación de YPF refleja la profundidad y la complejidad de una larga disputa legal que ha captado la atención tanto a nivel nacional como internacional. En respuesta a los escritos presentados por los fondos litigantes, Petersen/Eton y Bainbridge, el Estado argentino ha adoptado una postura firme al solicitar la suspensión del fallo emitido por la jueza Loretta Preska, que ordena la entrega del 51% de las acciones de la emblemática petrolera. Estos fondos han instado a una rápida implementación del dictamen, lo que llevó a Argentina a impugnar directamente las solicitudes en defensa de su autonomía y legalidad, pilares esenciales en su estrategia.
Dentro de esta dinámica, la figura del gobernador bonaerense, Axel Kicillof, aparece como un punto central en el debate. Los documentos presentados por los demandantes destacan su papel en el proceso y, por ende, subrayan la intersección entre la política energética del país y las demandas legales. La Procuración del Tesoro ha articulado argumentos sólidos contra los requerimientos de los fondos, enfatizando la excepcionalidad del caso y la naturaleza jurídica aún no resuelta que lo rodea. La administración argentina sostiene que la suma dictaminada de 16.100 millones de dólares aún está apelada, señalando que incluso el Gobierno de EE.UU. ha expresado su desacuerdo con la interpretación del tribunal.
Además de los aspectos legales, la defensa argentina destaca el impacto destructivo que tendría la ejecución inmediata del fallo sobre su legislación interna y la integridad de YPF. Cumplir con la entrega de acciones implicaría, según argumenta el Estado, un daño irreversible y obligaría a transgredir normativas nacionales que resguardan el control público sobre los recursos hidrocarburíferos. La administración sostiene que la suspensión no acarrearía perjuicio para los demandantes, dado que las regulaciones locales exigen la aprobación legislativa para cualquier venta de acciones. Este escenario no solo afectaría a YPF, sino que también repercutiría en otros actores económicos y políticos, creando un contexto en el que las cláusulas contractuales en cuestión podrían perjudicar considerablemente a la compañía y sus intereses.