La barbarie en Avellaneda: un peligro inaceptable
El pasado sábado, el estadio Libertadores de América fue escenario de una violenta confrontación entre hinchas de Independiente y la Universidad de Chile. La situación escaló rápidamente en una batalla campal, dejando como saldo numerosos heridos y un nivel de incertidumbre que hizo temer por lo peor. La falta de control y la desidia dirigencial están poniendo en jaque la seguridad del hincha, tanto local como visitante. Esta tragedia nos recuerda que, lamentablemente, la lógica del negocio prima por sobre la integridad de las personas que solo quieren disfrutar de un partido de fútbol.
Responsabilidad de todos los actores
En medio de este caos, la pregunta que todos nos hacemos es: ¿dónde estaban las autoridades? La respuesta es preocupante: nadie tomó medidas efectivas para evitar que la situación llegara a este punto. Con una cantidad de hinchas y familias presentes, el riesgo era evidente, pero se prefirió ignorar. No se puede naturalizar que un partido de fútbol se convierta en un campo de batalla. Las voces de alarma deben ser escuchadas y los responsables, incluidos los dirigentes como Néstor Grindetti, deben rendir cuentas por su falta de acción. Hacer hincapié en asuntos deportivos o sumar puntos se torna un cinismo atroz cuando hay personas heridas.
El llamado urgente a la reflexión
Este lamentable suceso también abre la discusión sobre la necesidad de revisar las normativas de seguridad en eventos de alto riesgo. Conmebol, las autoridades de seguridad y los clubes tienen la obligación de actuar con responsabilidad. Este episodio no es aislado; la historia ha demostrado que la violencia en el fútbol no tiene lugar. La realidad es que, si no hay forma de garantizar la seguridad de todos los presentes, la opción más lógica es prohibir la presencia de hinchas visitantes. La pasión por el fútbol no debe costar vidas ni provocar traumas irremediables. Sin duda, ha llegado el momento de actuar y erradicar la violencia del deporte más querido de nuestro país.
